En 2003 la Hermandad recuperó para el culto una imagen de Cristo Yacente que se encontraba dentro de una urna en la cripta del antiguo templo colegial, junto al panteón donde yacen los restos de los dos primeros condes de Olivares y sus familias. Precisamente fue la circunstancia de conmemorarse en ese año el quinto centenario del nacimiento de don Pedro de Guzmán, primer conde y fundador de esta casa nobiliaria, y la creencia en que esta imagen del Señor había pertenecido a su familia, lo que determinó que se decidiera incorporar un nuevo paso con su efigie a la procesión penitencial del Viernes Santo. Sin embargo la iniciativa de restaurar y volver a dar culto al Cristo Yacente había partido tres años antes del grupo de jóvenes de la Hermandad, conocedores como eran de la tradición histórica que afirmaba que antiguamente ya se había venerado esta imagen por los cofrades de la Hermandad de la Soledad de Olivares; por ello, y dado el evidente deterioro que presentaba la misma, la junta de gobierno de entonces se puso en contacto con el catedrático de Bellas Artes en la facultad de Sevilla don Francisco Arquillo Torres, quien tras un primer reconocimiento certificó el interés histórico-artístico de la imagen, tras lo cual en octubre del año 2000 comenzó un proceso de restauración que fue llevado a cabo bajo su dirección en los talleres de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Hispalense, y que se prolongó hasta los primeros meses del 2003.

Según el investigador Francisco Amores, “nos encontramos ante una imagen de Cristo muerto realizada con pasta y telas encoladas, que posee los brazos articulados, al objeto de poder realizarse con ella la ceremonia llamada del Descendimiento, como nos consta que se hizo en siglos pasados: precisamente por esta función la imagen presenta las características formales propias de un Crucificado, como son los brazos y piernas extendidos, la flexión de los dedos de las manos, la inclinación de la cabeza sobre el pecho en el lado derecho o la posición del pie derecho sobre el izquierdo, ya que antes de la mencionada ceremonia del Descendimiento el Señor se mostraba a los fieles clavado en la cruz, y posteriormente era depositado en la urna, motivo por el cual la imagen fue concebida desde su origen con los rasgos formales de un Crucificado que al mismo tiempo le permitiesen participar posteriormente en la escenificación del Santo Entierro”.

Por lo demás, hay que decir que la obra muestra un estudio anatómico muy simple y esquemático, con el tórax y los músculos del abdomen apenas esbozados, al igual que los dedos de los pies que a excepción del pulgar no se encuentran totalmente tallados en sus extremos; la cabeza, de rasgos serenos y notable simetría, muestra claros rasgos arcaizantes sobre todo en el tratamiento de la cabellera, bellamente ondulada y con largos mechones laterales, barba bífida y bigote poblado que casi ocultan los labios, boca entreabierta con la parte superior de la dentadura tallada, pómulos muy marcados, cejas levemente arqueadas, frente ancha y orejas de hechura muy elemental. Por su parte, el sudario o paño de pureza, que aparece anudado al lado derecho en gruesos pliegues, es de corto tamaño. En cuanto a la policromía que presenta actualmente la imagen, pensamos que no se corresponde con la original, pues presenta varias capas superpuestas, resultado de restauraciones y repintes a los que fue sometida, dada la fragilidad de los materiales utilizados en el modelado. Estas características especiales de la imagen se deben a su uso en la ceremonia del Descendimiento, que requería aliviar su peso para ser manipulada por los hermanos que representaban a los Santos Varones. Según el profesor Arquillo, todo indica que la imagen puede datarse en el siglo XV.

Sobre la procedencia de la imagen los datos e indicios son muy escasos. Por una parte se piensa que pudo ser donada a la Colegiata por los condes de Olivares en algún momento de los siglos XVII o XVIII, procedente de alguna de sus numerosas posesiones andaluzas y castellanas, si bien sobre este particular no existe testimonio documental alguno. Por el contrario, en los inventarios que se conservan de la iglesia colegial realizados en la segunda mitad del siglo XVII solamente se menciona la existencia de un altar «del Santo Cristo», que pudiera corresponderse con la imagen que comentamos, pero cuyo rastro desaparece completamente en los inventarios del siglo siguiente y los de los comienzos del siglo XIX: en este sentido no puede descartarse que la imagen hubiese estado todo ese tiempo depositada en la cripta o panteón de los condes, lugar al cual no se alude en los mencionados inventarios.

Se sabe por los libros de actas que conserva la corporación que al menos desde 1873 tenía lugar en la tarde del Viernes Santo una procesión en la que salían el Santo Cristo Yacente y la Virgen de los Dolores»’. Previamente tenía lugar en la iglesia el llamado «Sermón del Descendimiento», tras el cual unos señores ataviados como los Santos Varones desclavaban de la cruz la imagen del Redentor y la depositaban en la urna de cristal que estaba preparada para ello en unas andas iluminadas por cuatro faroles y colocadas en la adyacente capilla de la Virgen del Rosario.

Posteriormente se iniciaba la procesión del Santo Entierro por las calles de Olivares, que en aquella época constituía un cortejo ciertamente peculiar, del que formaban parte mujeres que representaban «Sibilas y Marías» y un grupo de soldados romanos, algunos de ellos a caballo, con plumas negras en sus cascos en señal de luto. Nada extrañas resultan estas noticias porque sabemos que en aquellos años cobró un gran auge la celebración de las procesiones del Santo Entierro en buena parte de nuestra provincia, a imitación de lo que sucedió en la capital sevillana, si bien las más antiguas ceremonias del Descendimiento ya tenían lugar allí a finales del siglo XVI, aunque fueron prohibidas pocos años después por el cardenal Niño de Guevara, volviendo a resurgir como decimos en el siglo XIX.